sábado, 29 de agosto de 2009

Adolfo Domínguez

Recorro los cajones de la casa donde transcurren mis vacaciones en busca de unas sencillas pinzas para la ropa. Por las noches sopla un viento agradable que refresca la temperatura ambiente pero que acaba arrojando al suelo de la terraza las prendas del tendedero. Entre ellas, mi bañador de Adolfo Domínguez. Tropiezo en los cajones multitud de objetos inútiles y sorprendentes, objetos que no se corresponden con lo que uno esperaría encontrar en un apartamento vacacional: carnés de pesca, botellas vacías de alcohol, dados de juegos de mesa que parecen haber desaparecido... y un montón de bobinas de hilo, de diversos tamaños y colores. En uno de esos cajones encuentro algunos mapas. Los extiendo sobre la mesa del salón y los estudio con detenimiento. Se trata de mapas de la zona, donde aparece, a gran escala, la costa de Cabo de Palos, el lugar donde transcurren mis vacaciones. Leo los nombres de las calas, incrustados en la dentada línea de costa: Cala Túnez, Cala Flores, Cala Reona... Tomo uno de ellos y me dirijo con él en la mano hacia el cuarto de baño. Con el mapa extendido entre mis manos comparo los perfiles de la zona con los del desconchado del techo. Extrañamente, la zona donde se yergue el faro coincide con la de cierta región del noroeste australiano. Me tomo el tiempo necesario para contrastar las anfractuosidades, calibrando el mínimo detalle, hasta confirmar que las dos zonas de costa se parecen como los dos calcos de una misma imagen.



Durante un instante llego a pensar en la posibilidad de que Cabo de Palos no sea sino una parte del continente australiano. Me asomo al balcón de la terraza y miro hacia el mar, hacia las casas de la urbanización, separadas entre sí por pequeños muros de brezo. Por la calle camina una familia, en dirección a la playa. Uno de los niños, tan rubio que podría pasar por un diminuto anciano canoso, camina abrazado a un flotador con forma de canguro. Alza la mirada y yo agito la mano, a modo de saludo.

3 comentarios:

Javier M. Calvo Martínez dijo...

Ten cuidado Hautor. Se empieza prestando atención a los desconchados de paredes y techos y se acaban viendo las caras de Bélmez (o algo peor). ¿Has probado con las psicofonías?

Un saludo

Hautor dijo...

Pues dale tiempo al personaje. Una psicofonía o un olor (un olor a lirio en el salón, que aparece y desaparece, como me cuenta un amigo) podrían ser tipos especiales de ódradeks, sí señor.

Saludos, Gerión.

Vicente Luis Mora dijo...

Entiendo que estos posts son odradeks textuales. Saludos, hautor.

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