PROYECTO ÓDRADEK

jueves, 4 de marzo de 2010

La inconstancia de la luz



Hoy, en la televisión, hemos visto un documental sobre astronomía. Hemos descubierto que unos científicos australianos han demostrado que la velocidad de la luz ha disminuido en los últimos tiempos. No han dicho cuánto tiempo quiere decir eso de 'los últimos tiempos'. Nos ha hecho gracia. Podría suceder que la velocidad de la luz siguiese disminuyendo con el tiempo. Uno apretaría un interruptor y pasaría un segundo hasta que se encendiese la bombilla. Nuestro reflejo en el espejo se demoraría en replicar nuestros gestos. Dejaría de ser nuestro reflejo para convertirse en un doble. Pero la pregunta es... ¿qué pasaría durante ese segundo, hasta que el reflejo apareciese delante de nuestras narices? Un segundo durante el cual contemplaríamos el vacío en el cristal, la pared de azulejos a nuestra espalda. Durante un segundo seríamos invisibles como los vampiros.



Quizás un vampiro es un ser que vive en un universo en el que la luz tarda minutos u horas o años en recorrer la distancia que lo separa del espejo. Un vampiro no sabe cómo es salvo por la imagen que le devuelven los otros. Y los otros se ponen de acuerdo en que es alguien que se dedica a morder en el cuello y a chupar sangre. A Borges y a Francisco Ayala no les gustaban los espejos.



En ese sentido eran parecidos a los vampiros. Borges y Ayala no sabían quiénes eran y por eso escribían. Y la literatura era un reflejo que tardaba meses en reflejarlos. Tal vez años. Susan dice que para una mujer es mucho más difícil ser vampiro. El maquillaje se convertiría en un ejercicio de dificultad insuperable. Susan está convencida de que no pueden existir mujeres vampiro. Y si existen, su maldición supera a la de sus compadres masculinos. Antes de salir a cenar, la veo sentada en el sofá del apartamento, la mirada de alguien absorto en un asunto de extrema trascendencia. Qué te ocurre, le pregunto. No sé que ponerme, me responde.

martes, 2 de febrero de 2010

Autorretrato

Esta mañana, tras el desayuno, he seguido con la lectura de 'Autorretrato', de Édouard Levé, un libro sencillo y complicado de escribir, al mismo tiempo. Una especie de 'libro de la almohada' moderno. He retomado la lectura en el mismo punto en el que lo dejé ayer. Por si acaso, he vuelto a leer la página desde el principio. Luego me ha despistado algo, un pensamiento, quizás el ruido de Susan moviéndose en el baño. Así que he tenido que volver al inicio de la página. Todo lo recordaba (era, como poco, la segunda vez que mis ojos pasaban sobre aquellas líneas), salvo una frase, poco antes del fin de la página. Una frase que alguien parecía haber colocado ahí, de repente. ¿Cómo era posible que hubiese leído hasta tres veces aquella frase y que mi memoria no guardase ningún rastro de ella? La frase decía He pasado dos meses de verano en una furgoneta roja. La frase era sin duda misteriosa, sin relación con la frase precedente ni con la siguiente, algo (la desconexión entre una frase y la siguiente) que era extensible al resto del libro. Me pregunto cuántas frases como ésa pasarían desapercibidas a mi conciencia tras la lectura. Como poco, habría acabado 'Autorretrato' sin saber que el autor había pasado dos meses de verano en una furgoneta roja. ¿Se refería Levé a una roulotte? ¿Quería decir que había estado viajando con una furgoneta roja durante dos meses? ¿Que había decidido encerrarse en una furgoneta roja durante los calurosos meses de verano? Todas esas incógnitas y enigmas no habrían venido a mi cabeza si no hubiese vuelto a leer por tercera vez esa página de 'Autorretrato'. Supongo que esas ausencias y omisiones son las que hacen posible la relectura de una novela como ésta, de todas las novelas. Me imagino dentro de un tiempo regresando a 'Autorretrato' para descubrir nuevas frases desconocidas, frases que parecen haber sido escritas mientras tanto, como si el texto pudiese crecer de manera autónoma y las frases aparecieran siguiendo algún tipo de proceso semejante a la reproducción celular. Un proceso sin fin que hace que 'Autorretrato', por ejemplo, sea un libro inacabable.

jueves, 21 de enero de 2010

Deriva virtual

Susan y yo hemos ido refinando nuestro modo de pasear con el paso del tiempo. Disuadidos de poder acceder al faro, hemos ideado un método para caminar, un método en parte confiado al azar y en parte a la lógica necesaria de todo lenguaje. El método consiste en que Susan elige una palabra y yo otra. Después convertimos cada palabra en una secuencia binaria (bastan cinco dígitos para codificar todas las letras del alfabeto). Una vez anotada, cada uno de nosotros sale a la calle e inicia su recorrido, girando a la derecha si aparece un 1, o a la izquierda, si lo que aparece es un 0. Hoy yo he elegido la palabra 'paraguas', mientras que Susan optó por 'bronceador'. Hemos anotado las secuencias,

PARAGUAS: 10001-00001-10011-00001-00111-10110-00001-10100
BRONCEADOR:00010-10011-10000-01110-00011-00101-00001-00100-10000-10011

e inmediatamente hemos salido a la calle. Nuestros pasos se han separado a las primeras de cambio. He pasado de largo frente a un jardín con palmeras y columpios, he rodeado la urbanización, luego he seguido hacia la Playa de Levante... En la plaza se han cruzado nuestros caminos. Nos hemos impuesto la norma de no mirarnos de frente. La he visto venir por la calle que asciende desde los restaurantes del puerto hacia la carretera principal, con su paraguas al hombro. Inmediatamente he girado la vista. Quizás me haya seguido a lo largo de un par de giros para volver a distanciarse, obediente a la secuencia de ceros y unos. Amenizamos nuestro recorrido haciendo uso de nuestros MP3 en los que suena el 'Orfeo y Eurídice' de Gluck.



Al finalizar la he esperado en la terraza, fumándome un cigarrillo. Ella ha aparecido apenas unos minutos más tarde. Entonces nos abrazamos, como si hiciera siglos que no nos tocásemos. Y nos hemos relatado nuestro periplo, con la emoción del que acaba de vivir una aventura maravillosa.

domingo, 10 de enero de 2010

Almax y centrocampismo

He hecho un increíble descubrimiento. Los alimentos están hechos de imágenes. Esta noche me he despertado acuciado por las pesadillas. Eran las cuatro de la mañana. Habíamos cenado tarde, unos mejillones y una butifarra con pan y salmorejo. Cuando uno come y continúa haciendo las tareas diarias las imágenes, desprendidas de los alimentos, se depositan en la parte inconsciente de nuestro imaginario. De allí saldrán para conformar nuestros sueños o en esos momentos en los que el artista necesita acudir a los sótanos de la creatividad. Pero si uno se va inmediatamente a la cama tras haber cenado (algo sancionado por la sabiduría popular) esas imágenes que conforman los alimentos nos poseen sin intermediarios conscientes. Esta noche, por ejemplo. He sentido que me desdoblaba, que yo era dos. Uno era el Adolfo Domínguez habitual y el otro, idéntico a mí, reposaba perpendicularmente a mi cuerpo, unidos ambos a la altura del ombligo. Cuando me he levantado a beber un vaso de agua no sabía cuál de los dos era el que gobernaba mis pasos hacia la cocina. Se repetían también esos sueños que no son sino círculos viciosos, repeticiones de un mismo acto con mínimas variaciones. Si el desdoblamiento era una imagen salida sin duda del cuerpo de los mejillones (de alguna manera me había convertido en un ser bivalvo), el sueño reiterativo no podía provenir sino de la butifarra, cerrada en el plato sobre sí como un uroborós comestible.



Las visiones se han prolongado durante horas. Sediento de nuevo me he levantado a por otro vaso de agua. Agotado ya por las imágenes, he decidido tomar un Almax.



Tumbado otra vez en la cama lo he colocado sobre la lengua y lo he paladeado lentamente, extrayendo su sabor. A los pocos minutos ya podía sentir el Almax convertido en imágenes. En particular, entradas y salidas de grutas, que atravesaba camino de no se sabía dónde. El tránsito acababa en un partido de fútbol, donde yo me dedicaba a lanzar pases de gol al área. Fue entonces cuando pude quedarme dormido.

domingo, 20 de diciembre de 2009

El primer caldero

Ya dije que mi bisabuelo había sido el capitán del Sirio. Muchos de los náufragos fueron acogidos durante días en los hogares de los pescadores que acudieron a rescatarles. Mi bisabuelo permaneció diez días en casa de uno de ellos. Tenía una familia y tres hijos, el pescador. En su casa mi bisabuelo probó por primera vez el caldero. Si mi bisabuelo no hubiese naufragado jamás habría probado el caldero. A mi bisabuelo le encantó aquella receta de arroz. Tanto, que la transmitió de generación en generación. El caldero es un plato familiar para mi familia napolitana. Es el plato de los domingos. Se ha convertido en un ritual, en un acto casi religioso, como el cordero de los musulmanes o el kosher de los judíos. Antonio era el nombre del pescador que acogió a mi bisabuelo durante aquellos diez días. Hasta que vino un nuevo barco a rescatarlo. Cuando mi bisabuelo subió al barco, esta vez como pasajero, vestía unos sencillos pantalones de tela negros y una camisa blanca de pescador. Mi bisabuelo regaló su traje de capitán a Antonio. Sólo se llevó consigo, de vuelta a Italia, el ejemplar de La incógnita, de Pérez Galdós, el verdadero responsable de aquella catástrofe. Posiblemente el traje de mi bisabuelo siga en el pueblo, guardado en algún baúl, olvidado por las generaciones sucesivas. O quizás no, quizás ocupe un lugar privilegiado en algún cajón, en una vitrina, conmemoración de la estancia de aquel capitán de barco italiano que naufragó en las Islas Hormigas. Podría preguntar a los vecinos por ese traje. Pero no lo haré. Prefiero que el traje se mantenga en el limbo de existencia, como el monstruo del lago Ness, como Big Foot, como el gato de Schrödinger. Las cosas que existen y que no existen al mismo tiempo son aquellas que conforman lo mítico. Y yo quiero que el traje de mi bisabuelo forme parte de la leyenda.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Una geometría hiperbólica

Susan quiere llegar hasta los pies del faro. Yo le digo que nunca he estado, que recuerde, a menos de cien metros de él. Hemos salido de casa y nos hemos dirigido hacia su imponente figura. La carretera que lleva hasta el faro acaba en un momento dado, justo al inicio de unas escaleras que ascienden hacia el pequeño montículo que sirve de base a la construcción. He oído historias acerca del farero. Que vive en el faro con su familia, sólo generalidades. En realidad creo que nadie lo ha visto. Las escaleras nos llevan en un primer tramo directos hacia el faro, pero luego lo bordean alejándose repentinamente de él. A continuación un nuevo tramo parece acercarnos hasta que una erupción rocosa obliga al camino a torcerse de nuevo, esta vez en sentido descendente. Hemos subido y bajado escaleras durante más de media hora, hasta que, fatigados, nos hemos detenido para calibrar nuestra posición. Estábamos más lejos todavía de él que al principio de la ascensión. ¿Cómo era posible? Hemos decidido seguir intentándolo. Cada vez que nos aproximábamos el sendero giraba por algún motivo, alejándonos de nuevo de él. Podríamos haber intentado abandonarlo para a atravesar campo a través, pero el terreno era demasiado escarpado para adentrarse en él sin el calzado adecuado. Finalmente hemos desistido. Nos hemos contentado con admirar su fantástica planta desde el lugar donde nos encontrábamos. Justo en ese momento una luz se ha encendido en la base del faro, ahí donde deberían estar las habitaciones de la residencia del farero. Hemos visto cómo una sombra atravesaba la ventana. A pesar de que el sol todavía tardaría unas horas en ocultarse, podíamos ver cómo la luz parpadeaba tras el cristal, como si una mano en el interruptor fuese guiada por el mismo mecanismo que hacía funcionar el faro. Transmitiéndonos, quizá, un mensaje de peligro.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Cosas que desaparecen

Hay maneras de hacer desaparecer las cosas. Con el tiempo he aprendido a creer en la magia. No se trata de simple prestidigitación, no. Es hacer que las cosas ya no estén, o estén en otro sitio, muy lejos de donde se las busca. Hoy me ha ocurrido. Usaba un destornillador para reparar un cajón del armario que se resistía a cerrarse. Y ya no está. Me refiero al destornillador. A veces realizamos movimientos de manera inconsciente, incurrimos en rituales secretos que hacen que un ser determinado se evapore. No sabría repetir mis movimientos. Ahí está la gracia. Hay gestos que crean agujeros negros capaces de desmaterializar las cosas. Todos lo hacemos. Naturalmente ocurre también lo contrario. A veces descubrimos un objeto novedoso sobre la mesa, en un cajón, en el suelo del baño, sin saber muy bien de dónde vino. Sería fantástico saber dónde aparecerá mi destornillador. Era un destornillador grande, de estrella, de mango de color azul y amarillo. No pido que me lo devuelvan. Sólo saber si alguien lo ha visto.

Seguidores

Datos personales