miércoles, 16 de diciembre de 2009

Una geometría hiperbólica

Susan quiere llegar hasta los pies del faro. Yo le digo que nunca he estado, que recuerde, a menos de cien metros de él. Hemos salido de casa y nos hemos dirigido hacia su imponente figura. La carretera que lleva hasta el faro acaba en un momento dado, justo al inicio de unas escaleras que ascienden hacia el pequeño montículo que sirve de base a la construcción. He oído historias acerca del farero. Que vive en el faro con su familia, sólo generalidades. En realidad creo que nadie lo ha visto. Las escaleras nos llevan en un primer tramo directos hacia el faro, pero luego lo bordean alejándose repentinamente de él. A continuación un nuevo tramo parece acercarnos hasta que una erupción rocosa obliga al camino a torcerse de nuevo, esta vez en sentido descendente. Hemos subido y bajado escaleras durante más de media hora, hasta que, fatigados, nos hemos detenido para calibrar nuestra posición. Estábamos más lejos todavía de él que al principio de la ascensión. ¿Cómo era posible? Hemos decidido seguir intentándolo. Cada vez que nos aproximábamos el sendero giraba por algún motivo, alejándonos de nuevo de él. Podríamos haber intentado abandonarlo para a atravesar campo a través, pero el terreno era demasiado escarpado para adentrarse en él sin el calzado adecuado. Finalmente hemos desistido. Nos hemos contentado con admirar su fantástica planta desde el lugar donde nos encontrábamos. Justo en ese momento una luz se ha encendido en la base del faro, ahí donde deberían estar las habitaciones de la residencia del farero. Hemos visto cómo una sombra atravesaba la ventana. A pesar de que el sol todavía tardaría unas horas en ocultarse, podíamos ver cómo la luz parpadeaba tras el cristal, como si una mano en el interruptor fuese guiada por el mismo mecanismo que hacía funcionar el faro. Transmitiéndonos, quizá, un mensaje de peligro.

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