jueves, 3 de diciembre de 2009

Pompas de jabón

Uno de nuestros entretenimientos favoritos son las pompas de jabón. Susan y yo nos sentamos en las tumbonas de la terraza, ella con un pequeño cilindro relleno de una solución jabonosa del que extrae una tapadera a la que está adherida una varilla que acaba en una especie de monóculo. Al soplar a la anilla, Susan produce un montón de pompas que flotan junto a nosotros y que explosionan de manera impredecible. Estos pequeños ódradeks iridiscentes están llenos de simbolismo. La esfera siempre ha sido el elemento protector por antonomasia. La mayoría de la gente busca cobijarse en una esfera y, cuando ésta se rompe, sufre el desconcierto y el vértigo del polluelo arrojado del nido. No es mi caso. Siempre disfruté disolviendo las pequeñas esferas de jabón con la carne imperfecta de mi dedo. Así extiendo la mano para alcanzar las pompas que Susan extrae al artilugio de la manera más delicada que pueda imaginarse. Como si las pompas, en lugar de salir del pequeño aro, brotasen directamente de sus labios. Acerco mi dedo a una de ellas y pienso en la civilización. Y estalla. Lo acerco a otra y pienso en la nación. Y estalla. A otra, mientras pienso en la familia. Y ocurre lo mismo. Luego pienso en mí, en el Adolfo Domínguez que soy capaz de reconstruir en mi cabeza. La imagen me confunde, de manera que, mientras tanto, la pompa ha conseguido esquivar mi dedo. Lo ha evitado para perderse más allá de la barandilla de la terraza, camino de no se sabe dónde.

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