domingo, 1 de noviembre de 2009

El placer del atavismo

Playa honda, Cala Flores, Playa Paraíso... Siento fascinación por la toponimia de este rincón del mundo. El hecho de que la palabra 'playa' preceda a un sustantivo logra convertirlo en un lugar habitable, en el que a uno le gustaría tumbarse y reposar aunque fuese durante algunas horas. Hoy hemos paseado, bordeado los acantilados y ascendido el pequeño collado que separa Cala Reona de Cala Dentoles. Hemos tropezado lirios de mar. Su olor dulzón ha subyugado a Susan, que se protege del último sol de la tarde con su sombrilla de papel. El terreno contiene una gran cantidad de pizarra y, de vez en cuando, es posible encontrar algún que otro pozo minero abandonado. Nos hemos asomado a uno de ellos. La entrada estaba sellada por unos cuantos tablones de madera. Ya los romanos buscaban plata en el subsuelo de aquella montaña. El sol estaba a punto de ocultarse a nuestras espaldas. La cala, a nuestros pies, permanecía vacía. Creo que fue una sensación de atavismo la que se apoderó de nosotros, de nuestros cuerpos. El azul del mar combinado con el color cobrizo de la tierra. La fusión de colores y elementos suscitó en nosotros un ansia pareja de conmistión. Fue Susan la que tomó la iniciativa al desprenderse de la braguita anaranjada del bikini. La seguí de inmediato, dejando caer al suelo mi bañador de Adolfo Domínguez (reparen en la redundancia). Nos acoplamos sobre una enorme piedra de pizarra que guardaba todavía el calor del sol. Allí nuestros cuerpos se cocinaban. Hacíamos el amor al tiempo que nos preparábamos como el alimento de una deidad vinculada a aquella naturaleza. Nos sorprendió darnos cuenta de que, más que dos cuerpos, éramos parte integrante de aquella fusión elemental que perduraba desde antes de nuestra aparición en el planeta; que compartíamos el placer dilatado de las eras geológicas. La analidad no fue entonces una decisión. Simplemente se impuso, lo anal. Porque el aparato digestivo tuvo prioridad en el ciclo biológico, primero hubo que alimentarse. Más tarde acontecería la reproducción. El cerebro es el hallazgo más reciente de nuestra naturaleza. Y aquel momento de atavismo, ya lo dije, nos consumía, nos digería en el estómago que era aquel paisaje de arena y pizarra, arrullados por el compás si cabe todavía más atávico del mar. Y después de terminar permanecimos algunos minutos más tumbados sobre aquella piedra, gozando el declive de aquel placer protozoico. Nada tristes, por cierto.

1 comentario:

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